… que, a medida que nos vamos haciendo mayorcitos, el suelo nos parece que está más lejos o más bajo de lo que pensamos?
Cuando somos bebés mocosillos y gateamos por el suelo, éste está a nuestra altura. Cuando empezamos a caminar y queremos correr por la casa para demostrar lo expertos que somos en el arte de caminar deprisa, la caída nos demuestra que el suelo se va alejando. Si no, recuerden el hermoso chichón que todos hemos llevado en la frente. Si avanzamos un poco más en la edad (de 20 a 40 añazos), las caídas suelen ser menos dañinas y no nos ‘marcan’ como de pequeñitos. ¿Quién no lleva una cicatriz ‘tatuada’ de por vida en su piel?
Cuando alcanzamos ya la ‘plena madurez’ (entiéndase... de 50 en adelante…), el suelo lo tenemos tan bajo… tan bajo… que nos cuesta mucho el recoger algún objeto que se nos ha caído de las manos.
Bueno. Les contaré lo ocurrido a mi persona (73 añitos nada más) cuando iba a atravesar un bulevar precioso en la ciudad donde moro y que tantas veces recorro a lo largo del día.
Érase una hermosa mañana de este hermoso mes de febrero pasado. Pretendía yo cruzar el bulevar para ir a comprar unas cosillas en las calles del otro lado. Iba tranquilamente caminando cuando, ¡de pronto!..., ¡zás!, me di de bruces con el pavimento embaldosado del paseo. Afortunadamente sólo me hice un ligero rasguño en la rodilla izquierda y un traumatismo bastante regular en el ‘órgano olfatorio’, vulgo ‘nariz’, que ya va pasando.
No todo es negativo en esta prueba, no intencionada, de calcular cuan lejos está el piso en una ‘persona mayor’. Nada más ‘besar el suelo’, de esta forma tan tonta, se aproximaron con gran celeridad dos o tres jóvenes femeninas, con el fin de socorrerme y levantarme con sumo cuidado. No sé si sería por la ligera conmoción que padecía o por la edad, pero me parecieron guapísimas y todavía doy gracias por haberme encontrado en este trance con esas bellas jovencitas. Mi orgullo personal no me permitía acceder a la tal atención, así que, como pude, me incorporé, les agradecí su gentil atención, les brindé una sonrisa complaciente... y continué mi marcha. Yo creo que las ‘agujetas’ que padezco son debidas más a mi afán y esfuerzos por levantarme, que a la caída.
Todo pasó sin más y hoy, ocho días después, estoy casi recuperado de ese pequeño ‘gran susto’. Lo que ya no recuerdo es las caras tan bonitas de las tres ‘auxiliadoras’.
Moraleja: Aunque tenga Vd., la presunta suerte de ver alguna chica guapa, procure no caerse cuando se cruce con ellas.
Hasta otro día. Bye... bye…
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