Asistía yo a misa de las 13 horas en una iglesia de Pamplona, a donde suele ir poca gente los días de labor. Era el lunes 31 de marzo, fiesta previa ya a la Semana Santa.
Pues bien, la celebración se desarrolló normalmente, como es natural cuando asiste personal con devoción.
Cuando el sacerdote celebrante estaba ya a punto de rezar la última oración y dar paso a impartir la bendición, se acercó una señora al altar, apagó las velas y se volvió a su sitio. El presbítero no se percató; el resto de los presentes tampoco, excepto "El Baturro" que está siempre pendiente de todo.
Ahí quedó la cosa y solamente al abandonar el templo, hice yo alguna reflexión con mis compañeros de todos los días. ¡Olvidado! Pero !hete aquí¡, que al día siguiente al entrar en la iglesia estaba esperándome la citada señora toda compungida y llorosa.
Preguntada a ver qué le pasaba, me contó que el día anterior, preocupada ella por tener dos hijos que viajaban con frecuencia a EE.UU. no hacía nada más que darle vueltas a la cabeza recordando el horrible accidente ocurrido, hacía apenas unas fechas en los Alpes y en el cual fallecieron 150 personas. Sin saber cómo ni por qué se levantó, apagó las velas y se sentó en su sitio. ¿Tuve algún momento de locura? ¿Perdí la noción del tiempo? No ha podido dormir esta noche pasada dándole vueltas a mi acción incontrolada. Les pido perdón a los presentes ese día. Luego me preguntó si podía ver al sacerdote que había celebrado y ante el cual quería disculparse y entregarle un bolsa con magdalenas hechas por ella. Entró en la sacristía y saludó al Padre, lloró de angustia y, con motivo de ese encuentro se retrasó la celebración más de cinco minutos.
A la salida del templo le volví a saludar y le recomendé que se olvidara totalmente de lo acaecido. Lo aceptó de buen grado. Ahora espero al próximo sábado (que es cuando asiste) a ver si la veo más tranquila.
¡Una anécdota más en mi vida diaria!