Dibujo del autor
El Baturro siempre pensó que la Ciencia, sea estudiándola o sea en 'conserva', que es como está en los libros, serviría para algo. Podéis verlo en el ejemplo que narro a continuación, un hecho real ocurrido a mi buen amigo Ángel (72 añicos, maestro relojero, todo un experto).
Desde su más tierna infancia padeció de 'parálisis infantil' y a pesar de algunas operaciones no logró nunca caminar como una persona normal, pero se defendía cojeando un poco/bastante. Al cumplir los 68 años ya tuvo que usar una silla de ruedas para sus desplazamientos. Hoy día se apaña muy bien con una silla autopropulsada eléctrica y de muy fácil manejo. Funciona como un cochecito a medida; tiene cambio de velocidad; autofreno para cuando se para en una rampa; buenas luces; intermitentes y otros accesorios que le hacen la vida al usuario muy práctica.
A lo que iba. La otra noche iba a acostarse para dormir profundamente cuando, mira por donde, se tropezó al levantarse del cochecito y cayó al suelo con tan buena fortuna de que quedó sentadico en el duro frío suelo. Dada su impotencia para incorporarse no podía llegar a sentarse en la cama así que pensó, pensó y volvió a pensar hasta que llamó a su querida esposa. El deseo de esta era intentar levantarlo, pero dada su masa corporal era imposible hacerlo. ¿Qué hacer? Mandó que le acercara unos cuantos tomos de una Historia de Arte que lucían en el salón y que estaban perfectamente encuadernados. Los puso cerca de su cuerpo y, como todavía podía levantar un poco el glúteo metió debajo el primer tomo que alcanzó. ¡Feliz idea! Ya había subido el cuerpo 8 centímetros. Repitió la operación 3 o 4 veces hasta que alcanzó la cota del colchón y... desplazándose se pudo apoyar muy bien en el lecho. Mandó a paseo los tomos apilados y se cubrió con la sábana encimera para iniciar el sueño reparador durante toda la noche.
Fué una demostración palpable de la 'utilidad' de la ciencia bajo cualquier forma de
presentación.
A lo que iba. La otra noche iba a acostarse para dormir profundamente cuando, mira por donde, se tropezó al levantarse del cochecito y cayó al suelo con tan buena fortuna de que quedó sentadico en el duro frío suelo. Dada su impotencia para incorporarse no podía llegar a sentarse en la cama así que pensó, pensó y volvió a pensar hasta que llamó a su querida esposa. El deseo de esta era intentar levantarlo, pero dada su masa corporal era imposible hacerlo. ¿Qué hacer? Mandó que le acercara unos cuantos tomos de una Historia de Arte que lucían en el salón y que estaban perfectamente encuadernados. Los puso cerca de su cuerpo y, como todavía podía levantar un poco el glúteo metió debajo el primer tomo que alcanzó. ¡Feliz idea! Ya había subido el cuerpo 8 centímetros. Repitió la operación 3 o 4 veces hasta que alcanzó la cota del colchón y... desplazándose se pudo apoyar muy bien en el lecho. Mandó a paseo los tomos apilados y se cubrió con la sábana encimera para iniciar el sueño reparador durante toda la noche.
Fué una demostración palpable de la 'utilidad' de la ciencia bajo cualquier forma de
presentación.
Os pregunto:
¿Quién no ha empleado alguna vez otros libros científicos para hacer presión en algo que hemos pegado?
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