¿Recuerda Vd., allá por los años 50, cuando en muchos hogares de este País, España, había muchachas de servicio, hoy felizmente, empleadas del hogar?
Habían venido de su pueblo natal para conocer lo que era la ciudad y sacar algunos dinerillos con los que ayudar a su familia.
Al estar entonces establecido el servicio militar obligatorio, los mozos también se desplazaban de sus aldeas y/o ciudades a fin de cumplir las obligaciones para con la Patria.
En aquellas fechas no era raro estar con estas personas, que muchas de ellas, no sabían ni leer ni escribir. Las que iban a servir aprendían gracias a la generosidad de muchas amas de casa, que les dedicaban una o dos horas diarias a enseñarles. Los mozos que iban a la ‘mili’ salían de los cuarteles sabiendo leer y escribir correctamente, todo ello debido a la atención de los capellanes militares que estaban destinados en la Unidades.
Tanto en la mili, como en las casas, cuando tenían necesidad de comunicar alguna noticia a sus familiares, solicitaban el apoyo de una persona de confianza que volcaba sobre unas cuartillas lo que su ‘pupilo’ les dictaba. ¡Cuántas veces le ha tocado a mi hermana hacerlo con la ‘chacha’!.
El texto de la epístola era de lo más variado, saludos a los padres y hermanos, contar cosas alegres para tranquilizar a la familia, preguntar por la cosecha de trigo, pedir dinero -las capitales eran muy caras, decían- pero todas ellas, indefectiblemente, empezaban igual:
“Queridos ….: Me alegraré que al recibo de la presente os encontréis bien,
yo bien, gracias a Dios”
A continuación venían sus preocupaciones, cuánto le quería a la novia, las cosas que se veían en las ciudades, cómo iba aprendiendo a leer y a escribir, etc… El contenido estaba siempre lleno de cariño y afecto.
Hoy en día nos parece hasta ridículo el que hubiera personas que, no solo no sabían leer y escribir, sino que desconocían los que era una bombilla, el teléfono y otras ‘modernidades’ de entonces.
Bueno, no les canso más, hagan Vds. memoria, sobre todo los mayores, y verán qué recuerdos tan gratos les trae haber vivido en esa época, por cierto, del siglo pasado.
Nos leemos otro día. Adiós.
P.D.- Una ancianita inglesa esta muriéndose, y su hijo está al lado. -Hijo, ¿he sido una buena madre para ti? -Claro que si; yo era el único niño de ocho meses capaz de cambiarse sólo sus pañales.