Yo tuve seis hijos allá en la montaña,
desde pequeñitos yo les enseñaba con bastante maña.
Todos descendían de una madre honrada
igual que del techo desciende la araña.
Mas pasado el tiempo se hicieron mayores
lo mismo les pasa a los peces, lo mismo les pasa a las flores.
Y llegó el momento de elegir carrera…
y en una mañana muy cruda, yo los reuní todos a mi vera.
- Ahora me entran dudas si era verano, o era primavera –
Tú, Obdulio, le dije al pequeño, tienes para pensarlo hasta el mes de julio.
Mas vosotros, hijos, poneros en cola…
e ídmelo diciendo cuando esté yo sola.
Y fueron pasando, pasaban mis hijos,
aquellos hoy grandes, pero ayer canijos.
De todos oía la misma respuesta,
que era, más o menos, parecida a esta.
“Yo quiero ser caco, porque es mi ilusión, fumar buen tabaco.”
-Pues yo he visto un caco fumando ideales, decía su madre
para convencer a aquellos chavales.-
Y ellos me decían: “Eran ideales, caldo de gallina,
que fuma la gente que va a la oficina, y se diferencia de los ideales que fuma el obrero en que las estacas no son las corrientes, son… de gallinero…”
¡ Yo estaba ya negra…!!!
Cojiendo una estaca, que había en la mesa,
de un cuarterón de los de ración, les dije:
“Pues yo he visto un caco fumando colillas en una ocasión…”
“Eso no es extraño, decía Luisín, un chaval pequeño,
el mejor cigarro de una cajetilla, cuando se consume,
termina en colilla…”
Y viendo que tenían razón, les dije:
“Si todos os hacéis ‘cacos’, yo…
me haré... ‘caca’.”
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