En estos días que se cumple el octavo aniversario del fallecimiento de Guillermo, gran amigo mío desde la infancia, en que estudiamos juntos todo el bachillerato en el Colegio de Jesuitas de Zaragoza, quiero recordar una cosa curiosa que le pasaba cuando asistíamos a los Conciertos de la Orquesta Sinfónica de Zaragoza, allá por los años 1960 a 1980 en que cambié de ciudad por motivos profesionales.
Éramos ambos socios junto con su esposa Magdalena y no faltábamos a ninguna audición. No era una orquesta puntera pero se podía escuchar sin sobresaltos de "cañazos" u otros ruidos anormales de los instrumentistas. A lo que voy. Cuando el desarrollo del concierto se llevaba a cabo normalmente, Guillermo se dormía plácidamente escuchando desde el lugar de Morfeo la interpretación, pero ¡ah!, si la ejecución no era de su agrado no paraba de moverse en la butaca y no había quien le hiciera echar una cabezadita, tan beneficiosa a veces. De esta forma y considerando que mi amigo era un experto melómano, eso me iba indicando si el concierto era bueno, mediano o 'malo'. De él aprendí mucho y mi afición por la música clásica se fué afianzando en mi cabezota. Desde entonces no dejo de asistir a todos los eventos musicales que se celebraban en las ciudades donde he trabajdo, Zaragoza, Salamanca, Madrid y Pamplona, ciudad donde resido hace ya 24 añicos.
Hagan ustedes la prueba de escuchar algunas versiones que conozcan a la perfección y, si se duermen, es que les gusta. Si no logran dormirse es que no les satisface la audición.
Hasta otro rato
1 comentario:
La actitud de Guillermo está clara. Si te gusta la interpretación, cierras los ojos para disfrutarla y sin querer te quedas cuajado. Algo parecido pasa con alguna película buena.¿Les ha ocurrido alguna vez en el cine? Piensenlo.
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