12 mayo 2007

ANÉCDOTA FAMILIAR 1.939


No me gustaría desaprovechar la ocasión que tengo de contarles una anécdota que nos ocurrió hace la friolera de 68 años. Vds. se preguntarán porqué digo ‘nos ocurrió’ si el que escribe es una sola persona. ¿Eh? Muy sencillo; yo soy lo que en casi toda la ribera de Navarra llaman un ‘medio’, es decir, gemelo de mi hermano desde el nacimiento de ambos. Cómo nos hemos educado juntos y siempre hemos hecho las travesuras juntos también, a la hora de contarlas no me queda más remedio que usar el plural. Valga como aclaración o disculpa, que se dice.

Bueno, pues allá va.

Era el año 1.939 y nosotros teníamos 5 años. ibamos, como casi todos los niños de esta edad a la escuela, una que estaba muy cerca de casa. Esto nos permitía ir y venir de ella sin la compañía de algún hermano mayor o de alguna otra persona.

Un buen día, con el fin de demostrar nuestra buena educación, se nos ocurrió acompañar a un amiguito hasta su casa. No recuerdo dónde vivía ni quién era, pero lo que sí sé con toda certeza es que, a la hora de volver, nos perdimos por las calles de Zaragoza y aparecimos casi en la plaza del Pilar.

Ante la situación desesperada y teniendo ya ganas de comer, nos decidimos por echarnos a llorar a ‘moco tendido’, para ver si se compadecía de nosotros algún transeúnte, pero… ¡quiá! El único que se nos acercó era un municipal que, muy amablemente nos preguntó cómo nos llamábamos, qué nos pasaba y dónde vivíamos. Habiendo respondido con veracidad y con todo acierto al interrogatorio del guardia, nos tomó de su mano y nos condujo hasta la misma puerta de nuestra vivienda. Cuando ya estábamos delante de la puerta del piso, el municipal pulsó el timbre y la puerta se abrió. ¿Quién apareció entonces? Ya se lo imaginan… nuestro padre. Al explicarle el Sr. agente de la autoridad el motivo de su visita y dispuesto a hacerle entrega de la ‘mercancía’ que llevaba, PAPÁ, con expresión enérgica, dijo:

“¡¡¡No los quiero, lléveselos!!!”

Si antes habíamos llorado, ahora nuestra tormenta ocular fue mayúscula y el progenitor se apiadó dejándonos entrar. Lo que no recuerdo bien es, si nos dejó sin comida; sin postre, o ambas cosas. Si les puedo asegurar que ya cesamos de acompañar a los amiguitos.

Nos leemos en la próxima. Un cordial saludo.

Dibujo, como siempre, de El Baturro 2.

PROBLEMITA:
Vd. tiene dos relojes de arena, uno de siete minutos y el otro de cuatro. Desea medir NUEVE minutos. ¿Cómo lo conseguirá?

P.D.-
En un restaurante de la costa: 'Se hablan todos los idiomas por señas'.


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimo que es curiosa esta anécdota y me ha gustado. ¿Dicen lo mismo otros lectores? Nadie se anima a comentar algo, sería más divertido al poder cotejar o comparar pareceres.
Un buen amigo. Un saludo.

Anónimo dijo...

Como dice el anónimo en su comentario a la anécdota familiar yo también opino que alguno más se decidiera a escribir algo al respecto. Para mí resultó muy aleccionadora y en cierto modo graciosa, aunque me imagino que el padre se acoradría mucho más tiempo del suceso que los propios interesados. El dibujo que la acompaña te pone claramente en la situación. Gracias, baturro.

Anónimo dijo...

Muy bueno:
“¡¡¡No los quiero, lléveselos!!!”
Menudo castigo. Seguro que después del susto hubo comida y postre. La lección ya estaba aprendida.
Saludos

Anónimo dijo...

Pensaba que en lenguaje de signos no había idiomas. Nuevamente el autor nos enseña al tiempo que entretiene. Saludos.

Anónimo dijo...

¡¡¡QUE BONITO!!! Es un cambio espectacular. Me gusta.
Muy buena la anecdota y el dibujo. Los dos medios sois geniales.
La Peralina