Dibujo y composición del autor
Recuerdo que en mi infancia, años 1933 a 1950, y cuando las vacas lecheras eran vacas lecheras y la leche era leche, leche; la lechera venía a suministrarnos los 2 litros que se consumían diariamente en casa.
¿Tantos? ¡Sí!
Convivíamos en casa 13 personas: 2 progenitores, 9 hermanos, la abuela Florencia y... la muchacha (hoy empleada de hogar); así que tocábamos a 250 cm3 por persona/día porque los 'pequeñajos' no consumían tanto.
Pues bien, a lo que iba. La leche se hervía con mucho cuidado para que no se sobrase y, aparte de perder líquido elemento se corría el riesgo de que se apagase el fuego de carbón 'cisco' de la cocina ecomómica. Al terminar la cocción siempre quedaba encima del blanco líquido una buena capa de nata... Esta era retirada con toda precisión y depositada en un tarro de cristal cilíndrico de unos 8 cm. de diámetro en la base y una altura de 22 cm.
Cuando el nivel de la nata alcanzaba casi la mitad de la altura lo aprovechábamos para hacer una exquisita mantequilla.
¿Sí?, ¿Cómo?
Muy sencillo. Se completaba el contenido del recipiente con agua y, acto seguido, se empezaba a agitar vilentamente con los brazos humanos de casi todos los hermanos hasta que formaba una parte muy espesa y uniforme de color amarillo. Eso era mantequilla y había que volvarla sobre un bol aplastándola con una espátula o una cuchara hasta que soltaba todo el suero formado por el agua. Posteriormente se le daba forma y se guardaba de 'la fresquera' que se decía por entonces.
Hoy día, con la leche pasterizada y trataba no se puede sacar ese maravilloso producto graso de la leche. ¡Ah! La mantequilla no rompe la abstinencia penitencial de los viernes de Cuaresma.
¡Hasta otro ratico!
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